Pokémon Khannos
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Mensaje por Ruby Shirayuki Jue Jul 17, 2014 4:21 pm

“No te separes de mí… No, por favor. Podemos seguir juntos… No hagas esa promesa. Te lo ruego…” Se despertó de golpe. Una gota de sudor recorría su mejilla. Estaba agitado, demasiado agitado, como si sufriera de asma crónica desde nacimiento. Su mirada recorría la habitación de aquel centro pokemon intentando buscar algo inexistente. No había nada más que simple oscuridad. Volvió a recostarse y concilió el sueño una vez más.

Era algo que no deseaba admitir. Pero sí, le estaba afectando mucho, más de la cuenta. Quería sacar estos pesares de su mente, pero no podía. Fue doloroso, muy doloroso. Decir adiós era una de las cosas que más odiaba hacer. No, me equivoco. Decir adiós era lo que nunca deseo hacer. Aunque en una etapa de su vida lo hizo y dejo atrás a sus padres. Pero desde aquel accidente con su abuelo, no quiso volver a despedirse de las personas que amaba. Por su mente varias preguntas transitaban, del por qué había decidido tal cosa. Seguía sin comprenderlo. No quería entenderlo. Quizás confundía las cosas, pero nada podía negar que estuviera sufriendo.

Seguir el camino por separado para poder obtener el reconocimiento de los líderes. Esa había sido la excusa del momentáneo adiós. Pero él seguía firme con la idea de que ambos podían recorrer ese camino de la mano, pero la respuesta fue un no. Quien sabe por qué. No preguntó, no quería hacerlo. Simplemente fue un hasta luego entre lágrimas que con el tiempo se transformó en un adiós para el muchacho. Estar alejada de ella se volvía algo sumamente tedioso. Quererla era una necesidad y ahora que no estaba a su lado, un tormento. En su mente las mismas preguntas pasaban una y otra vez. Por qué de esa forma, por qué no le aceptó. Quién sabe. Después de todo él igual lo hizo. Él también quería medir su fuerza con las personas más reconocidas de esta región y poder probar que era capaz de obtener cada trofeo que las mismas otorgaban. Esas tan aclamadas medallas para los entrenadores. Egoísmo por ambos lados, sí, seguro era eso.

Los rayos del sol acariciaron los cristales de la ventana y danzaron hasta posicionarse sobre el rostro del pelinegro, interrumpiendo su descansar. Lentamente sus ojos se fueron abriendo y sus manos viajaron a estos para calmar la molestia que la luz le estaba ocasionando. Los masajeó por varios segundos y volvió a observar el interior de aquella habitación. Nuevamente no le encontró y la melancolía se apoderó de su mirada. Deseaba verle, escuchar su voz una vez más.

Había llegado a esa ciudad hace unos días. Se había separado de su compañera y de la persona que se transformó en el amor de su vida hace aproximadamente una semana. Había viajado desde la ciudad en donde se hizo de nuevos compañeros y llegó hasta donde se encontraba actualmente con el objetivo de retar a uno de los líderes de gimnasio. No había sido su decisión, pero si ambos caminarían por caminos separados, el joven creía que mientras más pronto estuviera las medallas, más pronto le encontraría. Aunque estaba convencido de que el camino sería largo y eso, era lo que más le atormentaba, además de la ya clara ausencia de su consuelo.

Rumores mencionaban las pruebas que pedía esta líder para poder luchar contra ella, pero ninguno de estas habladurías se extendían más allá de una simple entrada y la normativa de llevar tres compañeros. No deseaba perder mucho tiempo. La impaciencia seguramente le jugaría en contra, más no le importaba. Nadie más que él entendía la razón por la cual deseaba enfrentarse ya a aquella líder y nadie más que él, sabía lo que le esperaba luego de cruzar las puertas de aquella edificación. Tres compañeros eligió y luego de prepararse y encomendar los restantes a la encargada del centro pokemon, partió en dirección al edificio más llamativo de toda la ciudad. Un castillo, el gimnasio pokemon.

Golpe tras golpe. La impaciencia del pelinegro se hacía notar. No era el deseo por conocer lo desconocido en el interior de aquel lugar, si no las ansias por finalizar. Se adelantaba a los hechos antes de que sucedieran y tenía cierta confianza en que saldría victorioso, para empeorar más la decepción si no resultara tal como él deseaba. Golpe tras golpe. La puerta lentamente se abrió y una extraña criatura apareció detrás de la misma. Seguramente se trataba de un pokemon, más no quiso saber nada de este en el artefacto que le habían entregado cuando inició su aventura. No le interesaba y su mirada le incomodaba. Estaba seguro que no le permitiría moverse hasta que este se lo permitiera. Parecía tener los ojos perdidos, como si estuviera siendo controlado por alguna entidad desconocida para este mundo. Y poco a poco, el pelinegro se fue perdiendo en estos orbes que no reflejaban más que un vacio inexistente e interminable.

Sacudió la cabeza como si intentara quitarse una molestia de encima. La mirada de aquella criatura le había incomodado pero luego de unos segundos las puertas que había detrás de esta, se abrieron por completo, dejando a relucir una gran biblioteca repleta de libros. Aunque tenía esa gran prisa por salir victorioso de una vez por todas, no pudo evitar perderse en la inmensidad de libros que se encontraban resguardados en aquel mueble. La magnificencia del mismo ante los ojos de cualquier amante de la lectura, se asemejaba a la grandeza que poseía las bibliotecas en la mansión donde él vivía o había vivido antes de emprender aquella aventura. Su abuelo era fanático de las novelas de fantasía y seguramente habría apreciado con gran entusiasmo la hilera de libros que se alzaba ante los ojos de su nieto. Recorrió como si fuera la piel de su enamorada los libros que se encontraban agrupados en aquel mueble, acariciando con suavidad la textura de los mismos como si de esta forma pudiera escrudiñar en su interior. Se vio impulsado a sacar uno, pero sus deseos por investigar más acerca de estos se interrumpió en el instante en que aquel pokemon se comunicaba con él. Al parecer Lucario no era la única criatura con esa capacidad y aunque ya no se encontraba entre sus compañeros, el conocerle evito que ahora estuviera sorprendido.

Palabras que el muchacho no logró entender pero que en pocos segundos se esclarecieron. Un extraño pokemon tomó la mano del hombre con unas extrañas cintas que se desprendían de su cuerpo. Lo condujo por un pasillo en donde numerosos jóvenes de su edad y de ambos sexos se encontraban disfrutando de una profunda lectura y que al parecer, era agradable. Sintió curiosidad por saber que estaban leyendo, pero la opresión que aquella criatura le imponía no le permitía detenerse a observar. Varios animales… Pero todo se transformó confuso de un instante a otro. La mirada de aquellos jóvenes no parecía moverse ni un solo milímetro, no se despegaba de aquella lectura. Animales extraños, imágenes que le atormentaron. ¿Por qué un tigre escapaba de una simple rata? ¿Por qué le ignoraban? Sintió pánico. Miedo, temor ante la idea de que esas personas no tenían vida, eran simples cuerpos sin alma. Dios, quería salir de allí. Incluso podría jugarse que corrió, corrió para escapar. Pero bastaron simples pasos para llegar a una puerta que aquella criatura se encargó de abrir. Todo se transformó en paz y tranquilidad.

Los ojos del joven recorrieron la pradera en la cual se encontraba. Su cabeza se movió de lado a lado intentando divisar algo inexistente entre tantas flores. No había nada más que esto, flores y más flores. Desde el inicio de este lugar hasta el final del mismo. Parecía ser eterno, como si se hubiera transportado a otra dimensión. Su mente intentó recordar las dimensiones del castillo y aunque por fuera parecía ser el edificio más inmenso de toda la ciudad, lo que ahora observaban sus ojos no se comparaba a la grandeza de este. ¿Dónde estaba? No le importaba. Los tormentos que había sufrido al ver las rarezas de aquel lugar se desvanecieron de un instante a otro. Solo se escuchaba el sonido de las aves y de las brizas de aire acariciar con suma suavidad las flores de aquel lugar. Paz… Tranquilidad. Un sentimiento de bienestar se apoderó del muchacho, como si aquel lugar estuviera alguna característica especial para curar a las personas. No, no era eso. No lo podía explicar, pero se sentía… Lleno. La soledad que incluso había dejado la partida de su amada se rellenaba con la energía positiva que emanaba aquella pradera… Cualquiera podría perderse en la misma. Cualquiera… ¡Sylveon!.

Se había perdido en la tranquilidad que le otorgó aquella pradera y perdió de vista al pokemon que lo había conducido hasta allí. Observó un tanto preocupado las flores que se alzaban en todo el lugar y pudo divisar a pocos metros una de las cintas de aquel pokemon, además de notar los movimientos de las flores por los movimientos del mismo. Corrió rápidamente hasta alcanzarle, observando cómo este se movía de una forma extraña, como si intentara jugar con el muchacho. Aunque sus gruñidos parecían alertarle de otra cosa. Lo dejó  pasar. Continuó caminando detrás de esta criatura hasta que se encontró con un extraño pilar, que desde el punto en donde había iniciado aquella travesía por la pradera, no se podía ver. Este le sacaba varias cabezas de altura y tenía una especie de sobre incrustado en el mismo. La criatura que lo había guiado se detuvo, como si aquel lugar fuera el fin del recorrido. Sin embargo… ¿Qué debía hacer ahora?. Alrededor de él no había nada más que simples flores y no se podía ver ni una persona con la cual combatir. ¿Dónde estaba? Seguramente aquel sobre tenía la respuesta. Acercó su mano al mismo luego de ponerse en punta de píe y en el instante en que tomó este, se desvaneció como si fuera simple polvo. Una voz angelical remplazó las palabras escritas de aquel sobre. Voz que podía encantar el corazón de cualquier hombre y que incluso, llegó a sonar atrayente hasta para el muchacho.

No comprendió en su totalidad las palabras que escuchó en su mente, solamente entendió lo que debía traer consigo. Dos cristales. Más no sabía en donde encontrar estos ni que hacer para obtenerlos. Las siguientes palabras de la mujer no las logró comprender, como si estas hubieran sido mencionadas en un idioma distinto o de una forma extraña. No le dio mucha importancia. Estaba convencido de que las mismas no serían relevantes en el trabajo que debía cumplir. Movió su cabeza de lado a lado luego de escuchar aquellas palabras, intentando borrar las mismas de su mente con aquella acción. Varias hileras de espejos se crearon a sus costados, ambas parecían tener una escritura que no se podía apreciar a simple vista. El joven se encaminó hacia una de estas y antes de poder tocar el espejo, aquella criatura que lo había guiado hasta ese lugar se introdujo en su interior. Eso le había tomado por sorpresa y con cierto temor, comenzó a ingresar dentro de aquel espejo. No sabía por qué, pero tenía la seguridad de que si seguía a aquel pokemon, terminaría más pronto con el trabajo que le habían encomendado.


...


Las lágrimas del firmamento atormentaban un escenario abandonado por la gracia de cualquier ser divino y omnipotente. El sonido de la lluvia era lo único que se podía escuchar en una ciudad decorada por la densa neblina y en donde ningún alma transitaba. No era una niebla natural. Extrañas nubes que contaminaron la belleza de aquel lugar danzaban por las desérticas calles del mismo. Solamente algunos edificios se mantenían en píe, otros habían perecido por la mano del hombre y se habían derrumbado hasta transformarse en simples escombros. Una de las tantas edificaciones que se encontraban de píe, mantenía sus cimientos decorados por las cicatrices de una guerra, invisibles por el moho que las cubría. Un cartel de madera que había perdido su brillo y que se sostenía solamente por un costado, indicaba que aquella edificación era un orfanato. Más no daba detalles de las personas que podían encontrarse en el interior del mismo o que en su momento existieron.

Una luz cruzó los cielos y se vio reflejada en la ventana de la habitación. Un gran estruendo no tardó en decorar la misma. Lo mismo comenzó a repetirse con más frecuencia mientras el muchacho descansaba tranquilo en una de las camillas que había en el interior de la pieza. La tormenta comenzaba a prolongarse, mientras extrañas imágenes se desplazaban en los pasillos de aquel orfanato, incluyendo la habitación en donde el pelinegro descansaba, como si fueran espectros o recuerdos de una memoria inexistente. Se despertó. Su cuerpo se estiró en la cama y su piel acarició la suavidad de aquellas sabanas, sintiendo cierta incomodidad al hacerlo. Lentamente sus ojos se fueron abriendo y su conciencia percatando de lo que estaba ocurriendo. - ¿Dónde estoy? – Pensó, intentando ver algo reconocible en aquella habitación. No había nada, ni siquiera se asemejaba a las habitaciones del centro pokemon.- ¿Quiénes son ustedes? –Intentó susurrar, más solo fue un pensamiento al ver los niños que dormían en las camas restantes de aquel cuarto.

Un dolor punzante recorrió todo su cuerpo en el instante en que intentó ponerse de píe. Se vio obligado a tomar fuertemente su cabeza para intentar contener de esta forma el mismo y los deseos de gritar. Se dejó caer nuevamente en la cama, luego de que aquel tormento finalizara. Abrió nuevamente sus ojos sin entender que estaba ocurriendo. No conocía ese lugar y no sabía quiénes eran esas personas que estaban a su lado. Su mirada lentamente se ubicó en sus brazos, los cuales estaban recostados en la cama, encima de las pilchas de la misma. Se asustó, gritó. - ¡¿Qué es esto?! – Marcas en sus brazos. Quemaduras que hacían que su piel estuviera… Derretida y la misma pudiera ser desprendida con el más mínimo roce, logrando que la sangre se hiciera presente y dejando parte de su sistema óseo al descubierto. Aquella imagen parecía estar sacada de la peor película de terror y aunque era una ilusión, la sensación era real. En pocos segundos, el dolor logró que se desmayara.

-¡Duele… Duele mucho! – Los gritos liberados por uno de sus compañeros de habitación hicieron que el pelinegro se despertara nuevamente, mientras estos eran decorados con el cantar de la tormenta como fondo. Los ojos del muchacho se posaron lentamente en el cuerpo de aquel niño. Su rostro estaba caído, se podía ver perfectamente su mandíbula completa y cada hueso que la constituía. Sus manos inundadas en sangre al igual que su cuerpo y las prendas de ropa que cubrían la cama. Le miraba, le suplicaba a él que no entendía que pasaba, que aquel sufrimiento finalizara. Comenzó a respirar con dificultad, abrió sus ojos a más no poder para luego cerrarlos con fuerza. Debía estar soñando, sí, no había duda. Que era ese lugar, que eran esas personas. Todo tenía que ser, seguramente, un sueño.- ¡Duele! – Clamó nuevamente, mientras su cuerpo caía de aquella camilla y gran parte de su piel quedaba pegada al mismo. Se arrastraba como un animal, dando la certeza de que era una de las peores creaciones que podían existir en este mundo. Seguía arrastrándose hacia la camilla del muchacho, levantando su mano mientras dejaba un gran camino de sangre. No podía soportarlo, tenía que salir de ahí.

Se sentó en la cama, soportando el gran dolor que esto le causó, como si el colchón de la misma hubiera estado lleno de clavos y espinas. No le importó. Cerró sus ojos y se lanzó hacía el suelo. Podía sentir la gran debilidad en su cuerpo y esa extraña sensación de que su piel se caía y así era. Estaba completamente quemado y la piel de sus brazos como de sus piernas se caía al suelo con cada movimiento de su cuerpo. Debido al dolor, el caminar se le dificultó. Pero veía como aquella criatura se arrastraba en dirección a él y esto le hacía moverse más rápido. Parecía una criatura amorfa mientras se desplazaba. Se afirmaba por las paredes y su cuerpo se balanceaba de lado a lado mientras caminaba con movimientos extraños de sus piernas. Caminó, caminó y caminó hasta que frente a él una extraña figura apareció. Su boca ensangrentada, su cuerpo agachado como si se tratara de un simio. En una de sus manos, las cuales parecían no tener fuerza alguna por como las arrastraba, tenía un hacha de mano. El pelinegro se detuvo en seco. Quiso llorar, gritar de la desesperación. Pero aquella criatura veloz como un proyectil, se lo impidió y aquella arma en su cuerpo se incrustó.




Se despertó de golpe. Una gota de sudor recorría su mejilla. Estaba helado, había tenido una terrible pesadilla, aunque esta en realidad había sido una visión de lo que acontecería. Miró a ambos lados, no había absolutamente nada. Estaba en una habitación común y corriente. Suelo de madera y un escritorio apoyado en la pared al lado de la cama. Era una pieza pequeña, solamente habían estos muebles y el gran cuadro que se encontraba colgado en la pared a su lado derecho, estando la cama apoyada contra el lado izquierdo de la habitación. Afirmó su cabeza en la palma de su mano e intentó calmar la agonía que sentía en su interior. Se alarmó de un momento a otro y observó sus brazos. Estaban intactos, las quemaduras que poseía en ese sueño ya no les atormentaba. Suspiró aliviado, pero seguía sin saber en donde se encontraba y por qué estaba en aquel lugar. La tormenta que había escuchado en sueños ya no era audible, pero no podía observar el exterior por la ausencia de una ventana en la habitación.

Las palabras que escuchó en aquella pradera antes de seguir a aquella criatura por uno de los cristales, resonaron en la mente del joven mientras se mantenía sentado en la cama. Intentaba ordenar las ideas separadas que había en su mente y entender la razón por la cual se encontraba en aquel lugar y además, saber en dónde estaba. Recordó la petición que aquella extraña voz le había hecho. Debía encontrar un cristal y llevarlo hasta aquella pradera. Sin embargo seguía sin entender por qué estaba en aquel lugar desconocido y había visto esas horrorosas imágenes en su cabeza. Recordaba que luego de escuchar aquellas palabras, se había introducido en el interior de uno de los espejos por seguir a aquel pokemon. Pero, ¿Dónde estaba él ahora?. Tenía muchas preguntas y pocas respuestas. Y no podía negar que en estos momentos, deseaba no haber traspasado las puertas de aquel castillo. Todo era sumamente extraño.

Estiró su cuerpo, sintiendo la suavidad de las sabanas en la piel de sus piernas y aquella sensación de bienestar, como si el cansancio fuera esfumado de su cuerpo. Se puso en píe y comenzó a caminar descalzo por el suelo de madera. La habitación se encontraba completamente a oscuras y la única fuente de iluminación se encontraba apagada, sobre aquel escritorio recostado en la pared. Tomó con sus manos el extraño elemento. Nunca antes había visto ni leído del mismo. Era una lámpara antigua, de esas que solamente podían encenderse con querosén. La luz artificial no parecía era algo normal para las personas, solamente los más privilegiados tenían este gusto. Había retrocedido en el tiempo, de eso no había ninguna duda, más él no se daba cuenta de este detalle. Encontró una pequeña cajetilla de fósforos en el cajón del escritorio. Solamente había dos en su interior. Encendió uno de estos, no era muy difícil saber cómo hacerlo. Introdujo el pequeño palillo de madera en el interior de la lámpara, como si su mente supiera reaccionar ante lo desconocido. Simplemente fue un acto involuntario, un impulso al conocimiento. La luz se encendió e iluminó la habitación. Un papel escrito se encontraba sobre el escritorio.

“Noviembre, 16.

Tengo frío, mucho frío. La tormenta no ha menguado desde hace días, nos atormenta cada vez más. Me pregunto si en algún momento parará. Deseo que pare… Me preocupa mucho mi pequeño. Allí, en el campo de batalla, soportando este gran temporal. Espero esté bien… No, estoy seguro de que está bien. Aunque no puedo evitar sentir cierta preocupación por él. Solo tiene doce años. Me pregunto si lo conseguirá… Si podrá vencer para traer sustento a este pobre viejo. Pobre… Tener que soportar todas esas torturas solamente para poder vivir mejor. Pero que podemos hacer, así es la guerra después de todo.

Muchas otras cosas me preocupan. La llegada de esas personas con armas me da indicios de que algo está pasando. Lo sospeché desde que aquella extraña luz nos invadió en esa noche. No sé que habrá pasado en aquel orfanato, pero desde entonces, una extraña sensación me atormenta por las noches y es decorada por los gritos desgarradores de algunos niños. Nadie se atreve a decir nada ni a preguntar nada. Ellos son de la alta clase, si dijéramos algo seriamos eliminados. Pero sé que no es normal, no lo es. Solo espero que los pequeños en aquel lugar se encuentren bien.

Hay algo que mi hijo no sabe. Espero poder estar para cuando él regrese y decírselo cara a cara. No me queda mucho tiempo. Siento como si algo en esta ciudad me arrastrara lentamente hacia la muerte. Los gritos desgarradores en las noches se están volviendo mi principal tormento. Ya no puedo dormir y a decir verdad, creo que no podré soportar hasta verle de nuevo. Quizás por esa razón estoy escribiendo esto ahora. Tengo la seguridad de que si él regresa y yo ya no estoy, encontrará esta carta y la leerá. Sabrá que fue lo que me paso y además, que estoy sumamente feliz, donde sea que esté, que se encuentre con vida. Y le pido desde lo más profundo de mi corazón, le encomiendo, liberar a esta ciudad de la muerte. Algo ocurre en aquel orfanato y espero un día él pueda averiguar que es. Más si él no lee este papel, alguien lo hará, de eso no hay dudas. Y si alguien lo hace, sabrá lo que debe hacer.

Creo que esto es todo. No me siento muy bien. Necesito tomar aire, el pecho lentamente se me comienza a cerrar y la respiración se me dificulta. Espero poder volver a casa luego de traspasar la puerta de salida. Sé que afuera me espera la tormenta, por lo que si muero, nunca encontraran mi cuerpo. Escribiendo esto me siento más tranquilo y seguro. Ya no tengo nada más que pedir… “


Luego de sentarse en el pequeño banquete del escritorio, el pelinegro comenzó a leer la carta que había en el centro del mismo con detenimiento. Mientras lo hacía, se pudo imaginar que quien escribía el contenido de la misma, era una persona de edad avanzada cuya vida estaba llegando al apogeo. No entendió muy bien a qué se refería con las palabras expresadas en puño y letra en aquel papel, solamente pudo reconocer dos detalles claros en el contenido. Aquel orfanato ocultaba algo sumamente extraño que él quería descubrir y su hijo se encontraba fuera, con su vida en peligro. Sin embargo, no pudo comprender a que se refería con liberar a esta ciudad de la muerte. Todo era sumamente confuso. Pero si él había leído aquel papel, significaba que la persona a la cual el hombre aguardaba y le dedicaba aquel mensaje, nunca había llegado. - ¿Qué debo hacer?... – Pensó, mientras dejaba el papel en el mismo lugar donde le encontró y analizaba detenidamente la situación.

-Aquella voz dijo que nada era real… que debo buscar un cristal y regresar con él. Llegue aquí luego de seguir a aquel pokemon por lo que seguramente… Este mundo no es real y el cristal esta en este lugar. Pero… ¿Dónde? – Una extraña hipótesis que podría llegar a resultar descabellada si las piezas que el muchacho había unido no encajaran tan bien. Acarició su rostro con ambas manos y con las mismas peinó su cabello, retirando por un instante el gorro de color blanco que cubría el mismo. Por un instante sus pensamientos se habían desviado de su primordial objetivo  y este era superar las pruebas de aquel gimnasio para poder salir de allí con la medalla. Esto significaba que aún se encontraba en el interior de aquel castillo y esto no era más que una de las tantas pruebas que muchos jóvenes de su misma edad no habían podido superar o por lo menos, en los rumores que había escuchado, nadie había hablado de esto.

La extraña criatura que el muchacho había seguido a través del espejo hasta llegar a aquel lugar extraño, apareció detrás del banquete en donde se encontraba sentado. – Tu… ¡Espera! – Exclamó el joven, volviendo a ubicar aquel gorro blanco en su cabeza, ocultando una de las cicatrices que había en la misma y la cual había sido ocasionada por una criatura hace mucho tiempo. Aquel pokemon comenzó a moverse rápidamente por los pasillos de aquella morada, saliendo de la pequeña habitación en donde el joven había descansado y en donde encontró aquella carta. La puerta de salida de la morada no estaba muy lejos. Se podía apreciar desde dentro que era una residencia pequeña, justa para la supervivencia de una persona. Abrió la puerta de ingreso y salida, luego de notar como Sylveon movía sus patas, intentando transmitirle el mensaje que el pelinegro captó a la perfección. Fuera, aún era de noche y la tormenta de nieve golpeaba con fuerza cada rincón de aquella extraña ciudad. - ¿Dónde vamos?... – Murmuró el pelinegro mientras a la distancia se veía con dificultad, los cimientos de aquel orfanato, ocultos por la tormenta y la neblina que danzaba por las calles. Se abrazó a sí mismo intentando menguar el frío con esta acción, mientras seguía a aquella criatura sin perderla de vista.




La tranquilidad en los pasillos de aquel orfanato era algo inquietante. La luz que iluminaba a los mismos era muy similar a la luz artificial que poseían los centros pokemon. Sin embargo, había una gran diferencia entre una y otra y era que la luz de aquel orfanato, no parecía provenir de una fuente artificial, puesto que no se veía el punto en donde se creaba ni en donde terminaba. Simplemente, se extendía por cada rincón de aquella edificación. El pelinegro llego a la misma luego de caminar por un largo rato bajo la tormenta, algo que lo retraso más de lo esperado, teniendo en cuenta que aquel orfanato se encontraba a pocos metros de la morada en donde había despertado, solo hacía falta cruzar la calle. En el instante en que aquella criatura blanquecina detuvo su marcha, el joven se percató de las rejas que rodeaban al nosocomio. El cartel de madera en el centro del edificio daba la información que el pelinegro necesitaba en esos momentos. Sin embargo, en ningún momento se le habría ocurrido ingresar al interior de este si no fuera por el atrevimiento de aquel pokemon para hacerlo. Luego de leer la carta de aquel anciano, tenía cierto temor por lo que podía encontrarse en aquel lugar. Una ventana fue la entrada que la criatura como el muchacho utilizaron para ingresar a aquel lugar y ahora, ambos se encontraban en un pasillo del primer piso, el cual se extendía hacia el frente y uno de los costados y no parecía tener fin alguno o por lo menos, este no era encontrado por los ojos del pelinegro.

Dos opciones. No sabía a ciencia cierta qué era lo que necesitaba encontrar en el interior de aquel orfanato, solamente sabía que debía volver a aquella pradera con un cristal. Sin embargo, donde encontrar el mismo era el mayor problema, teniendo en cuenta que seguramente no podría contar con la ayuda de las personas en el interior de aquel nosocomio. Recordaba las palabras que había leído en aquel papel y entendía que sucesos sospechosos se realizaban durante la noche en aquel lugar. Luego de la pesadilla que había tenido, no quería imaginarse nada por el estilo. Dos opciones, dos pasillos que se encontraban completamente iluminados pero que mientras más se alejaban de los orbes del pelinegro, más difuminados se volvían. – Esta luz… - Sí, era uno de los principales elementos sospechosos de aquel lugar. Mientras todas las moradas de aquella ciudad usaban candelabros o velas para iluminarse, aquella edificación parecía gozar de electricidad.

-¡Hey, espera! – La imagen de la criatura que lo había traído hasta este lugar comenzó a correr por uno de los pasillos, más específicamente el que se encontraba al frente del muchacho. La voz del pelinegro se escuchó en los desolados pasillos, quebrantando en silencio infinito que decoraba los mismos con un ambiente de penumbra. Alertó a las entidades que dormían placenteras hasta el anochecer y despertó la ira y sed de las mismas, más él, solamente estaba concentrado en seguir a aquella criatura, que inconscientemente lo llevaba hasta la muerte. Conseguir el cristal era la prioridad, pero cuando no se sabía exactamente que era este cristal y donde estaba, la misión se transformaba en algo sumamente imposible. Se asemejaba a esas tareas que se encontraban en los videojuegos, con la única diferencia que en estos últimos, podías contar con la ayuda de determinadas pistas. Acá no las tenías, era solamente un juego de supervivencia.

Lo que el muchacho desconocía era una realidad bastante oscura, siniestra si así se la podía llamar. Algo que ni siquiera puede estar relacionado con las hadas, aunque el mundo trae muchas sorpresas. El cristal que tanto buscaba para poder volver a aquella pradera y continuar con su prueba, tenía un poder descomunal que hacía que las personas que tocaran el mismo, se descontrolaran y desearan tener cada vez más y más fuerza, en otras palabras, perdía la cordura y se dejaban cegar por el poder de aquel mineral. Sin embargo, un grupo de la clase alta que disputaba cada cierto tiempo los juegos que se realizaban en la ciudad central de aquel mundo, para saber qué grupo social tendría los beneficios del mismo, se expuso al poder de este mineral y por la atracción que sintieron ante el poder del mismo, terminaron dividiendo el fragmento en diez partes distintas, divididas en diez centinelas que desde entonces caminaron juntos. Esos diez centinelas, se salieron de los aclamados juegos puesto que el mineral hacía que su sed de sangre incrementara cada vez más, viajaron de ciudad en ciudad exterminando todo a su paso y ahora se encontraban en aquel orfanato, alimentándose de la energía vital de los niños que habitaban en el mismo, como si estos fueran una gran fuente de alimento. En cierta forma lo eran, después de todo eran niños y su fuerza vital era inmensa. Mientras más fuerza vital estuviera su víctima, más poder ganaba el cristal que colgaba en sus cuellos como si fuera un simple collar. Para que el muchacho pudiera salir de este mundo, debería reunir las diez piezas y someterse a la locura que estas le traerían en el instante en que manifestara su poder.

-¡Espera! – Bramó nuevamente mientras aquella criatura se desviaba por un corredor que estaba a la derecha y comenzaba a descender una escalera. Le estaba conduciendo hacia el sótano, el cual podía ser considerado como el primer nivel de esta prueba o en su defecto, el lugar en donde uno de estos centinelas se encontraba. En esta parte de la edificación, estaban los niños en las peores condiciones de enfermedad y decaimiento, cuya fuerza vital se debilitaba cada vez  más. En otras palabras, los huérfanos que quedaron abandonados y su cuerpo se sumergieron en la mismísima miseria. Comenzó a caminar lentamente, mientras observaba las distintas puertas que había en aquel pasillo. Cada una daba ingreso a una habitación distinta, en donde por lo menos había cuatro o cinco niños, todos conectados a un respirador artificial. Una sombra hizo que el pelinegro desviara su vista hacia el frente. Juró que vio algo pasar en frente de él, pero en el instante en que observó, no había absolutamente nadie. Esto hizo que el muchacho comenzara a tener miedo. Más sabía que debía encontrar aquel cristal o nunca volvería a la realidad o por lo menos, eso pensaba él. En otras palabras, si no conseguía aquel elemento, nunca volvería a ver a la persona que se transformó en el amor de su vida. Eso era suficiente motivo para continuar pase lo que pase.

-¿Hay alguien aquí? – Preguntó. Quizás ese fue el terrible error, decorar el silencio absoluto de aquellos corredores con su voz, alertando a todas las entidades que había en el mismo su presencia. Avanzó lentamente por los pasillos, observando de lado a lado las distintas puertas que se daban a conocer mientras caminaba. Pero nuevamente aquella entidad se dio a conocer. La sombra se transportó como si de un espectro se tratase y quedó detrás del joven. Su fuerza abismal aprisionó el cuerpo del muchacho contra la pared, sosteniéndole firmemente del cuello. Era un hombre de cabellera larga, un rostro completamente desfigurado y un cuerpo que se desplazaba como si fuera el de un simio, encorvado y transmitiendo constantemente una sensación de repugnancia hacia este. Las manos del pelinegro intentaron detener la fuerza de esta entidad, pero era algo prácticamente imposible. La demencia de la misma podía ser vista a simple vista en su mirada, completamente desviada de cualquier punto fijo. Un hilo de saliva se desprendía de su boca y una lengua alargada e inhumana se desplazaba de lado a lado fuera de esta. – Suéltame… - Susurró con una voz tenue, sintiendo como poco a poco la respiración comenzaba a ser una necesidad.

Oh grandiosa sensación de tranquilidad, deseo y superioridad. Tentación para cualquier persona que habitara el mundo de los mortales y estuviera en su interior un gran sueño por cumplir. Solamente era una mínima parte del grandioso poder que podía llegar a concebir aquel cristal, pero el pelinegro lo sintió en el instante en que sus orbes se posaron detenidamente por unos segundos en la belleza del mismo, colgando en el cuerpo de aquella entidad que seguramente había sucumbido ante su grandioso poder. Solo debía tocarlo, debía arrebatárselo y tenerlo entre sus manos, debía adueñarse de aquel grandioso poder y seguramente, todos sus sueños se transformarían en una realidad.

Cada centinela que habitaba aquel orfanato y se alimentaba de la energía vital de esos huérfanos, en su momento habían sido personas como el muchacho. Pertenecían a la clase alta de la sociedad, pero constantemente debían luchar con los demás reinos para poder mantener su status y llevar alimentos y nuevas chucherías a sus hogares. En simples palabras, aquellas personas también tenían un sueño que cumplir. Pero el poder de aquel elemento había corrompido su mente de tal forma, que alimentarse del mismo se volvió una necesidad y la cordura se perdió de tal forma que la muerte y el derramamiento de sangre se volvieron sus principales habilidades. Lentamente, aquel cristal fue consumiendo sus sueños y transformándolos en una gran carga que a pesar de ser llamada de esta forma, era el deleite de aquellos entes. El muchacho también tenía un sueño y por eso estaba en aquel lugar. Ganar todas las medallas para poder reencontrarse con la persona que se había transformado en el amor de su vida. Sí… con ese poder seguramente él y sus compañeros lo conseguirían. Que importaba la cordura, que importaba la necedad, si ya había perdido su propia conciencia y se había dejado inundar por los deseos.

Antes de que la respiración del pelinegro fuera anulada por completo, este estiró sus brazos hasta el punto en que logró tomar el collar de esta entidad. Al notar tal acción, la misma se desplazó de forma agresiva para intentar quitárselo de encima, pero esto solamente logró que Ruby pidiera arrebatarle el collar y callera al suelo con el mismo. El brillo que aquel elemento liberó, cautivó la vista del muchacho y llenó de esperanzas su interior mientras el cuerpo de aquel sujeto se desvanecía como simple polvo, al haber agotado toda su fuerza vital y no poder alimentarse de la que le otorgaba aquel collar. Pero él no había sido la única víctima. Ahora el pelinegro también lo era, sucumbido por el poder de aquel artefacto, la locura y la demencia se apoderó de él de tal manera, que hasta el brillo de sus ojos cambió y la alegría de su rostro se borró. No parecía ser el mismo, no parecía tener esos buenos pensamientos que siempre había tenido para con sus compañeros y su amada. Ahora parecía ser una entidad del mal, sediento de poder, ambicioso por gobernar y hasta en sus ojos se reflejaba, el carmesí de la maldad.




Diez fragmentos colgaban de su cuello. El poder absoluto de aquel cristal se había apoderado completamente de él, le había gobernado de tal forma que la locura y la ambición por más se podían ver en su mirada, en cada movimiento de su cuerpo, en cada palabra que mencionaba. Se sentía el señor de los señores, el amo de cualquier dimensión del mundo. Sentía que podía lograr lo que deseara e incluso ser dueño de la vida y de la muerte de quien quisiera. El mismo no lo soportó, en el instante en que el último fragmento llegó a sus manos. La mínima cordura que le quedaba para poder dominar sus propias acciones se perdió, la locura lo gobernó de tal forma que la conciencia de chico bueno que todos sus compañeros habían conocido, desapareció. Él era distinto, había cambiado y no para hacer el bien. La locura sin duda le había derrotado y sus peores deseos carnales salieron a relucir. Pero el sueño y la fantasía duraron poco tiempo y en poco tiempo, se derrumbó en miles de pedazos. La prueba estaba completa, había conseguido el cristal y aunque la maldad le había dominado, cumplió con el sueño de aquella carta, había liberado a aquel poblado de la muerte y de la sed de sangre que aquellos centinelas poseían. Todo volvería la normalidad y la tranquilidad de aquellos huérfanos les daría una vida en paz. Pero… ¿Y él?.

Nuevamente se encontraba en aquella pradera en donde todo había comenzado, sintiendo la tranquilidad que la misma emanaba por el cantar de las aves y el aroma de las flores. El cristal que se encontraba dividido en diez fragmentos en su cuello se evaporó como si fuera simple polvo, se transformó en humo que se desvaneció en cuestión de segundos. Todo el poder y la gloria que había sentido, todo se desvaneció en pocos segundos. Sus sueños… su añorado sueño se despedazó en un simple instante y aquella voz volvió a escucharse. Felicidades… Lo felicitaba por haber sobrevivido, pero él no deseaba escuchar unas felicitaciones. Había perdido algo que se transformó en un periodo corto de tiempo, en lo más valioso para él. – No… No… Donde esta, ¡Donde esta! – Bramaba, como si la perdida hubiera sido la de un ser amado, como si la que hubiera desaparecido para nunca más volver fuera aquella muchacha que él tanto amaba, a quien deseaba volver a ver. No estaba, no estaba, aquel cristal no estaba, pero la voz continuaba hablando como si esto no importara. Oh dios como estaba odiando esa voz, la misma voz que anteriormente le había cautivado ahora le daba asco y repugnancia. ¡Su cristal, quería su cristal!.

La imagen de aquel pokemon apareció en frente de sus ojos. Nunca antes lo había visto, pero sus ojos también reflejaban una gran tristeza, tristeza que él también sentía, desesperación que también se había apoderado de su cuerpo. Aquella criatura también estaba llorando. Sí, él la entendía. La entendía muy bien… Aunque a decir verdad él no podía entender absolutamente nada las razones por la cual aquel pokemon lloraba. No… Él solo estaba cegado en su necesidad por volver a obtener aquel elemento, aquel cristal que lo había transformado en el señor de señores, que le cambió por completo.- ¡¿Esa criatura lo tiene, verdad!? - Sí… Seguramente ella lo tiene. Esas palabras pasaban por la mente del pelinegro mientras se acercaba a esta caminando con lentitud y con una sonrisa en el rostro. – Hola pequeña… ¿Por qué lloras? – Su voz no era la misma, desfigurada por la angustia que sentía y la necesidad que se había apoderado de su interior. Estaba alterado, muy alterado, pero aún así no quería ver a aquel pokemon llorando. En su interior, aún mantenía la conciencia del original, las buenas intenciones de este. – No llores… Mira a tu alrededor, ¡Mira esta flor!... ¿No es hermosa? – Si que era hermosa, pero no tan hermosa como aquel cristal. Sus actitudes cambiaban a cada segundo, una guerra entre ambas mentes se generaba en el interior del pelinegro. Cual vencería… ¿Cual sería?
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Mensaje por Ruby Shirayuki Jue Jul 17, 2014 5:35 pm

Primer dado moneda o u o
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Mensaje por @ Mr. Pokémon Jue Jul 17, 2014 5:35 pm

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